Capítulo 1
Todos huimos a nuestra ratonera perseguidos por un enorme gato. Afuera se percibe al animal gigantesco, aunque invisible, oliendo sus próximos bocados y nosotros ahí, sin atrevernos a salir por amor a la vida, nos resguardamos en medio del temor porque ya conocemos del peligro. Las advertencias llueven sin descanso y soldado avisado no ha de morir en guerra, aunque algunos y no pocos desentendidos empezaron a jugar a que eran sordos. Difícil entender esta ceguera donde ellos avanzan hipnotizados por su idiotez hacia el abismo simulando ser zombis. Sin percibir esa perseverancia de obstinación tenaz como tan terca, no podría decirse que “allá pues cada quien con su destino” porque era el de todos. Nosotros seguimos ahí, quietos en nuestra cueva sin dejar que nos vean por la calle y solo a veces corremos las cortinas. Nos mantenemos como esos leones enjaulados de circo cuya aparente agresividad la tapan sus ojos tristes y al no tener más remedio, resignados, vamos adaptándonos a la nueva vida. Es orden de captura y estamos detenidos jugando a pasear entre la jaula. Los únicos que no se quedan prisioneros son tantos pensamientos que se vuelan por calles y ciudades respirando liberación como les viene en gana. Nadie puede evitar que se escapen del encierro y soy feliz viajándome con ellos a los confines más apartados de la tierra, a mi pueblo de infancia o a las calles remotas donde tejí entusiasta los primeros amores. Por lo demás arrinconados sin caer en tentaciones porque sería al tiempo suicidio y homicidio de no cumplir las normas. Nos mantenemos a dos metros de distancia y evitamos caer hacia el despeñadero, porque afuera, en lo real, hubo quienes se creían inmortales y fueron a la calle terminando mordidos por la bestia intangible.
Capitulo 2
Estamos al acecho deseando no quedar atrapados por el mal y caminamos con desconfianza por la casa pensando en el zarpazo de ese desconocido. Alguien había dicho que el virus caminaría tres horas por la casa antes de morir a falta de manos que lo salvaran y una señora, entrada en años, de acuerdo con su voz, preguntaba que en qué momento sería para ir a esconderse. Las normas de la supervivencia fueron apareciendo sin haberlas leído en parte alguna, y para descansar de la pantalla del computador o de la tele e inclusive del libro que hoy leo, me pongo a caminar por largo rato. Luego, al estilo de un asaltante, comienzo a mirar entre algunas claridades de la ventana. No se ve a ninguno transitar por el conjunto donde vivo desde años atrás, contrario a los días normales donde la algarabía de la mañana se convierte en una fiesta con el paso de los carros de la vecindad, los niños que marchan uniformados al colegio, los mensajeros de las motos y simplemente la supervivencia cotidiana. Todo era diferente y pasó de la noche a la mañana cambiándonos el mundo y sus rutinas. No faltó el que escribiera que pensaba ajuiciarse pero no de repente. Lo único cierto es que con la magia de ver desaparecidas las fronteras porque estábamos todos en las mismas, sentíamos que éramos uno solo para enfrentar la guerra y se nos hizo extraño pero grato.
Del libro 'Los tiempos del encierro', de Carlos Orlando Pardo
Todos los días un par de nuevos capítulos, a las 5:00 pm hora Colombia.