Revista Pijao
¡A leer juntos!: 'Los tiempos del encierro' Capítulos 11 y 12
¡A leer juntos!: 'Los tiempos del encierro' Capítulos 11 y 12

Capítulo 11

No faltó el que pensara que la inseguridad en la calle se volvía más tensa y la gente ya empezaba a cometer asaltos por el virus del hambre. Lo que le sobraba a algunos le faltaba a la mayoría y así no existía sino el peligro natural. El aumento de los riesgos salía en los noticieros porque entre las medidas del gobierno dejaban casi once mil presos en la libertad y nadie reviraba, o pocos, pues les evitaban morir de otra manera al confinamiento carcelario. Fácil salía porque todos huíamos de la guerra y la libertad triunfaba con los desfiles de animales por avenidas de ciudades grandes y pequeñas. Las imágenes mostraban patos por las calles de París, Jabalíes en Barcelona, pavos reales por Madrid, s en Chile, delfines en Cartagena, zorros por Bogotá, linces en Alaska y osos palmeros por el Casanare. Para completar las buenas noticias saltaban fotos con la leyenda de cómo después de un siglo volvían a nacer tortugas en la isla Galápagos. Con el aislamiento social se presentía que ya nada sería como antes y en algunas capitales de Estados Unidos se repartían domicilios a través de drones como muchos artículos de prensa lo habían calculado años atrás. Unos rezaban, otros le daban insultos al gobierno, los elogios no eran escasos para los mandatarios y de acuerdo a su moral, siempre tan godos, se convertían también en prisioneros, pues la gente pareciera tener grilletes en los pies porque como diría tal vez Freud, la felicidad es solo un ave y el corazón apenas una jaula. Repasé el destino de los investigadores y de alguna manera profetas que solo habían sido víctimas del desprecio, la burla el encierro, la desaprobación y la rechifla. Salían a flote las vidas del mismo Freud o del padre del espiritismo Allan Kardec. El uno muñeco de burlas por sus colegas médicos en Viena o el otro en París por sus colegas de academia. El desdén por el conocimiento de parte de los ignorantes. Leí por ahí que por más que la abeja le explique a la mosca que la flor es mejor que la basura, la mosca no lo va a entender. Más de tres mil millones de seres humanos confinados en sus hogares, 823 muertos en un solo día en España y en Colombia por encima de los 600 contagiados, daban una vitrina de lo que se iba a venir en las semanas próximas. El mundo, como dice la prensa, cada vez más asustado y castigado por la epidemia respiratoria incontenible que estimaban cuatro millones de contagiados y un 80% con síntomas leves. Todo eso, mientras muchos en el arte de no hacer nada, dejaban el ocio como clave para combatir el estrés, al igual que una modista de la vecindad que hacía ropa nueva con la ropa vieja.

Encuentre aquí los primeros capítulos 

Capítulo 12

Había cosas gratas. Así mamá no fuera a ver a nadie, se arreglaba como si fuera a ir a una fiesta y uno la veía elegante, igual que siempre, al advertirlo en las fotos que al chat de  familia enviaba la enfermera o cuando hablaba con nosotros por video llamada. A mal tiempo buena cara, gustaba expresar, agregando que nada es para siempre. No se le veía nunca esa ansiedad epidémica de tantos que se la pasaban corriendo dentro de sus casas sin saber exactamente qué era eso. Aunque yo no tenía la mente en cuarentena porque estaba leyendo o dedicado a la escritura, había una sola pregunta por todas partes: ¿cuándo va a terminar? Mamá se rio con la pregunta por teléfono y dijo que había hecho diez cuarentenas que recordaba claramente. Y eran de 40 días con sus 40 noches, sin exagerar. Los diez hijos que tuvo no dejaban duda y aunque el sistema parecía haber pasado de moda con el tiempo, ella la conservaba de manera cabal. Yo ya tengo experiencia hijo, una larga experiencia y aquí estoy y aquí me quedo hasta que no terminen las medidas o aparezca la muerte

Carlos Orlando Pardo

Pijao Editores


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