Capítulo 13
Por ahora estábamos a varios meses de terminar con la emergencia y entendíamos que ser viejos no era nada malo, así lo dijeran muchos de los seudomandatarios en bancos o gobernaciones del gran país del norte. Entre tanto los bienes de la mafia se incautaban para atender afectados que nunca imaginaron permanecer un tiempo en casas tan elegantes, así fuera para suponer el paraíso. Parecían en calma de potentados como el mismo mar que sin barcos ni turistas reducían la contaminación recobrando todo el azul perdido. Lo peor de todo era que seguían asesinando líderes sociales y a diario surgían sus caras en las cadenas de Facebook porque los periódicos no les daban minutos. Ya pensaban estar aguardando turno como las de esos desfiles en Italia donde las funerarias no daban abasto por el creciente número de fallecidos. Sin embargo, se abrían puestos de esperanza cuando los dueños de hospedajes daban ocho mil habitaciones en 132 hoteles de 28 departamentos.
Empiezan a ser fuertes los registros de muertes en la tierra gringa y pienso en mis amigas regadas por todos los estados, en viejos compañeros de sueños que por ahora sé se están cuidando y hasta en mi prima Marta que hace años no la veo, pero mis pensamientos van directos a mi hija Paula que en un comienzo se alarmó por lo que pudiera pasar aquí, por el subdesarrollo. Ahora nosotros por lo que estaba pasando allá gracias a la estupidez de un mandatario. Ese vendaval del virus que ya no derriba tejas sino vidas caía sobre Nueva York y no dejaba por fuera a Washington donde ella vive. Nos estremecían las noticias, pero por fortuna la veíamos o la escuchábamos a diario sintiendo tranquilidad de verla confinada con Pedro en su nuevo apartamento. Sabíamos de su trabajo agotador, del deseo de salir a trotar por las calles vacías para eliminar el estrés que le llegaba, de las comidas hechas con su proverbial entusiasmo, de las películas que la entretenían por ratos, las canciones que gritaba para acompañarse, igual que la hermana, los mensajes a mamá, los comentarios y las recomendaciones 29 28 infaltables. La sentíamos cerca, muy cerca como siempre y solo quería abrazarla así estuviera prohibido. Nos prometimos reunirnos apenas terminara el torbellino. Era de las contadas cosas que haríamos al liquidar la cuarentena.
Capítulo 14
Extrañaba las manos de Amanda y Jackie lo sabía. Tres veces por semana llegaba cumplida como un reloj hacia las siete así lloviera y durante una hora me hacía un gran masaje. Era para mí un ritual sagrado que me proporcionaba salud y agilidad por falta de tiempo y de voluntad para hacer ejercicio. Me hacía ese regalo de alivio de tensiones y un relajamiento donde era más importante lo que sentía que lo que pensaba. Al fondo Jackie ponía en sintonía música de la nueva era y así se daba el cumplimiento de la meta al ir percibiendo los estiramientos y los hallazgos de la serenidad. Mis hijas crecieron viéndola al lado de mi cama. Algunas veces pedían su masaje cuando estaban aquí y se les veía esa cara de alegría al terminar. Eso de las imitaciones de padres e hijos a lo largo del tiempo se prolongaba en nosotros desde las épocas de mi padre que a falta de masajista nos pedía a los hijos primero y después a los nietos que le sobáramos los pies y la cintura. Amanda me dijo una mañana que cumplía más de 20 años conmigo. La miré sin entender el significado y sentí que habían pasado veloces al estilo del tiempo en un matrimonio feliz. Salvo cuando viajábamos, nunca más de cuatro o seis semanas en el año, y no siempre, ella estaba ahí y sin tanta angustia porque su salario permanecía intacto. La llamé para saber cómo andaba su encierro, si estaba cumplida con las normas y qué se le ofrecía. Nada, me dijo tras agradecerme y rogar que ojalá terminara pronto este toque de queda porque se le estaban mal acostumbrando las manos.
Carlos Orlando Pardo
Pijao Editores