Capítulo 17
De súbito tengo los ojos abrillantados. Veo más cerca el abismo de los desprotegidos por el mundo y se me revuelven tantas injusticias como un montón de estiércol. No he sentido el hambre de la gente que sale a los asaltos o se queda inclinada en oraciones mientras miran al cielo inútilmente, pero la indignación me queda como traje. Quiero gritar y maldecir ante la inequidad que impera afuera, aunque de nada sirve ahora dañar el sueño plácido de mis vecinos cómodos. El agua falta cerca de aquellos campos de petróleo donde siembran dinero sin importar la sed de sus maltrechas vecindades. Hoy vale más un bulto de aguacate que un barril de ese carburante ya pasado de moda y en los colegios exigen buen comportamiento cuando la gente ante el tamaño de la escasez toma en el mismo vaso. Todos los desafueros están saliendo a flote y las noticias dicen, como si se tratara de un anuncio del clima, que en Estados Unidos pasan hambre 50 millones de personas. Algunos siguen persiguiendo el sueño americano cuando por estos lados también se sigue propagando esta misma congoja. Los cambios han aparecido y es normal ir al banco con máscaras y guantes sin que a nadie se le ocurra de pronto llamar la policía. Siguen viéndose muchas personas en la calle ignorando adrede la advertencia y se ríen que en Rusia hayan soltado los leones para mantener a las personas en sus casas. La soledad de muchos se advierte en mensajes en sus Facebook palpándose la angustia en sus palabras. Mi amigo Moncho jamás tuvo en su casa grande ninguna compañía y una tarde me dijo, ante la pregunta que le hice, que él tenía seis personalidades para no pasar solo. Pensé en llamar a mamá que no se enfermaba de la calma porque conocía desde joven todas las tormentas y me quedé tranquilo. Más tarde, para dejar un poco de descanso, anunciaban tras el himno nacional otra intervención del presidente. Vi que al mandatario, siempre a punto de llorar como un actor de Hollywood, le iba creciendo la nariz con muchas de las palabras que decía.
Aquí puede leer los capítulos 15 y 16
Capítulo 18
Amanecí con miedo. Tal vez pocas veces en la vida lo he tenido, pero anoche entre sueños llegó para instalarse. Como soy optimista, seguro que en unas horas he logrado matar el desasosiego que me acosa. Pero aún no y vuelvo a la pesadilla que me persiguió mientras estaba indefenso ahí en la cama. Vi a mi padre dando su última batalla al pelear contra los cables instalados en su cuerpo sobre una camilla en aquel hospital, 40 años antes. Vi que me tenían con oxígeno sin familiar alguno al lado mío porque no le permitían ingresar a nadie fuera del enfermo. Me entristecía no morir sino morir así tan lejos de la gente que amaba y la soledad se metía por cada uno de mis poros y me iba invadiendo sin que hubiera una cura. No sé si veía las cosas peor de lo que eran o estaba anticipándome a las que pudieran llegar al otro día. Me daba rabia que en estas semanas de pandemia solo esperáramos los males y fuéramos como esos poemas de Ovidio al afirmar que el que ha naufragado tiembla incluso ante las olas más tranquilas. Resultaba mejor pensar con los ingleses de no tener miedo alguno al día aún no visto. Quiero olvidar la pesadilla y no ponerme el traje de cobarde. Los muertos sin embargo siguen aumentando y ya no doblan las campanas por nadie o también quedaríamos completamente sordos.
Carlos Orlando Pardo
Pijao Editores