Capítulo 21
Las hermanas de Jackie, todas tan rezanderas, hablaban por teléfono de cómo estaban preparando un peregrinaje virtual para Semana Santa. Esta vez deseaban hacerlo directamente con el Papa y se conectarían el domingo de ramos para salir esta vez de su parroquia y saberse allá en Roma, sin más vueltas. Por fortuna no eran como tantas personas que por el chat me envían imágenes de santos, 39 38 veladoras que deben ir rotando para conservar su llama, oraciones antiguas de protección de vidas, plegarias por los enfermos, jaculatorias por los ancianos en desgracia, bendiciones sin falta y que Dios lo bendiga. A las cuñadas se les oía fortalecidas debido a las canciones con sus rezos, con la fe sin faltarles y ninguna tristeza. A veces escribían mensajes para los grupos de oración por la salud de alguien, bendecían el pan todos los días y se sentían tranquilas, resignadas, confiando en el de arriba y pensé que cargaban la compañía exacta para estos tiempos duros, ellas que siempre estaban lejos de vanidades.
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Capítulo 22
Temía a los tiempos cuando comenzaba el invierno porque marcaba el retorno del asma a mi hijo mayor. Para dejarlo tensionado sentía las vías respiratorias hinchadas y estrechas, dificultad para respirar y opresión en el pecho. Desde pequeño le había aparecido pero hubo un tiempo largo en que se fue sin advertirlo y llegamos a pensar con alegría en su adiós definitivo. Pero no fue así. Algunos especialistas empezaron a averiguar si en su caso se debía a sustancias desencadenantes como los ácaros de polvo, el polen de las flores, el moho o la caspa animal, inclusive la ingesta de aspirina, los cambios de clima sobre todo cuando arribaba el frío y el humo del tabaco. Parecía ser todo y nada, y algunas veces estuvo hospitalizado mientras la crisis flaqueaba. En ocasiones sentía pitido al respirar y sensación de ahogo, lo más estresante en este caso. La inflamación de las vías aéreas se convertían en crónica y la obstrucción intermitente era desesperante. Las nebulizaciones y el reposo cubrían las emergencias y su hermana le aplicaba espirometría, además de su risa contagiosa y una serenidad de equilibrista. Ella como terapeuta me tranquilizaba y me decía papá, se me queda tranquilo. La emergencia de Carlos no llegó a ser caótica, por fortuna y ni decir que fuera hereditaria. El aire llegado a su apartamento en un noveno piso con vista a las montañas y parques era de calidad y solo quedaba el cigarrillo como una causante. Yo lo consolaba con historias de grandes que fueron asmáticos famosos y le nombraba al Che Guevara, a Roosevelt o a Kennedy, inclusive a Beethoven y Vivaldi, yéndome a los espectáculos con Liza Minelli y Scorsese, a filósofos como Séneca o a escritores como Dickens y el mismo Marcel Proust. Sonreía apenas. Por ahora seguía acuartelado mirando por el balcón un paisaje admirable si descansaba de las clases virtuales como profesor universitario, diseño de algunos libros de la editorial, lecturas aplazadas y ante todo, la escritura de su nueva novela. Ahí respiraba bien mientras el mundo tenía asma por la angustia de los confinamientos.
Carlos Orlando Pardo
Pijao Editores