Capítulo 7
Los rencorosos asoman por montones. Muchos resentidos se alegran con que al príncipe Carlos le hubiera dado el virus a pesar de no haber ido nunca a un supermercado y desean, como mascando la venganza, que otros personajes similares se hallen contaminados. Da asco y hasta miro quiénes son para no tenerlos nunca como amigos porque en esas almas deben asustar. Es necesario no estacionarse allí y por ahora nos contagiamos de fe y cumplimos viajes a través de los libros al ser un portal hacia otros tiempos. Cada uno significa una nave para volar, al decir de mi amigo escritor, el entrañable Benhur Sánchez, porque están parqueados en la biblioteca. Dentro de toda la barahúnda levantada no podían faltar los especialistas en la biblia. Ni chance de escuchar a los testigos de Jehová que mencionaban los últimos tiempos y el anuncio de cómo el fin del mundo está cercano. Y no se diga de los curas siempre tan oportunos con frases requeridas: Ahí van desfilando como esta de Isaías 26:20: “Ve a tu casa, pueblo mío ¡y cierra tras de ti las puertas! Escóndete por un breve tiempo hasta que haya pasado la ira del Señor”. Nos invadían de mensajes y aparecía una veladora prendida que había que pasar a los contactos para que disminuyera la crisis o surgía mala suerte y el infierno. Tampoco estuvo ausente el mismo Papa. Dio sus oraciones en un acto simbólico de soledad representando al mundo como si guardara un minuto de silencio ante la magnitud de la catástrofe. “En esta barca estamos todos”, dijo, y “creemos estar sanos en una sociedad enferma”. No estuvo retirado ni un cura que escribía columnas y así como antes decían que los pobres eran bienaventurados porque los ricos no entraban al cielo, ahora nos salía con que era necesario bendecir al virus y nada de tratarlo de maldito. Todo esto es para el bien, escribe y bendito es porque despierta conciencias y nos recuerda que hemos enfermado al planeta y nos advierte que el arte de vivir es el arte de amar. Uno se queda pensando y entre dudas y tradiciones en la fe, se aplica un padrenuestro por si acaso y hasta pide perdón por los pecados.
Aquí puede empezar a leer a leer el libro: 'Los tiempos del encierro parte 1 y 2'
Capítulo 8
Como ya no era ni lunes ni martes ni miércoles sino mañana, tarde y noche, la gente preguntaba por el chat que si “fuera de no hacer nada usted que hace”. Nos salvaba el humor rescatándonos de la tensa postura, mientras las noticias de la tele hablaban de las cifras que nadie detenía convirtiéndose en hordas gigantescas, al estilo de una sombra tenebrosa cubriendo todo el mundo. Cada lugar tenía primero un pichoncito pero se iba estirando entre voces de angustia rodeándolo como un monstruo invisible que nadie detenía. O si no salíamos a la calle para que no pudiera caminar y muriera de hambre en algún sitio. Nosotros aquí, por lo menos en la casa, nos reuniríamos en la mesa de la cocina para el almuerzo, enojados claro porque muchos parecían a la gente que seguía invadiendo carreras y avenidas en estilo deporte y un desafío irresponsable como si el tapabocas se lo pusieran tan solo en el cerebro. Entre tanto, yo escribía para acercar lejanías y me asomaba por el postillo de la ventana, como un ladrón, tratando de avizorar al matón invisible, a ese que no reparaba en pinta ni discriminaba, al que nos tenía contra las cuerdas y aún no sabíamos de verdad si terminaría asesinándonos.
Carlos Orlando Pardo
Pijao Editores.